sábado, 8 de febrero de 2014


El llorar ya era una rutina para él, se preparaba específicamente para eso cada noche. Tomaba un rollo de papel higiénico, se echaba en su cama; y al ritmo de una canción triste, sus lágrimas caían. Sin embargo, él era muy cuidadoso para que nadie se diera cuenta de lo que hacía, si alguien se enteraba podría dañar su reputación. Esa reputación que le había costado años ganar. Pues, él era considerado el más popular de su colegio y se llevaba bien con todo el mundo; era el típico chico “queda bien” , muy raro era escuchar un “no” de su boca. Su vida estaba llena de promesas y palabras por compromiso. Un día comenzó a mentir  ya que todo lo que prometía para quedar bien, se volvió más difícil de cumplir; quería escapar del laberinto en el que se había metido y el cual parecía no tener salida. Ya no podía más. Así que una mañana, decidió dejar de llorar y fingir perfección ante los demás. Y simplemente decidió cambiar de vida y ser feliz, pero había algo que no lo dejaba ser libre completamente. En ese momento vio en  el fondo de su habitación  una foto de él cuando tenía 5 años, se le veía con una gran sonrisa abrazando a su mamá, al verla recordó lo feliz que era y en lo infeliz que se había vuelto por tratar de ser “popular”. Luego unos gritos que salían de su ropero, interrumpieron su pensamiento. Él se acercó, y grande fue el impacto que tuvo al abrir el ropero y verse a si mismo sentado en la esquina llorando y revolcándose de dolor. A los segundos vio todo negro y cayó al suelo. Al despertar, su mamá se encontraba ahí, desesperada y pidiéndole a gritos que despierte,  él se paro y miró hacia el ropero, pero este ya estaba vacío. Se había liberado al fin.